Nana podría ser perfectamente un animal mitológico. No se sabe como pero tiene el poder de aparecer y desaparecer en/de cualquier sitio sin previo aviso. A veces está en Graz, otras veces escribe diciendo que la policía ha entrado en la radio en la que trabaja en un barrio de Guayaquil, recorre en coche media Europa y luego, justo cuando salgo de la boda de Juan Luis, suena mi teléfono y dice "Hola, estoy en Zaragoza".
Es admirable la forma en la que una llamada suya cambia de forma todas las piezas del puzzle que ya tenía encajadas y tira por el suelo todas las demás. Todavía no se porqué me llama y me dice "llegué hace un par de días y tengo muchas ganas de verte". Supongo que, como muchas de las mujeres que he deseado, me quiere mucho como amigo. Debo de ser un tío cojonudo.
Ella sabe que necesito tener de vez en cuando una ración de la vida vista a través de sus ojos, una ráfaga del mundo tal como ella lo ve. Este invierno envió un mail contando que no le iban muy bien las cosas. Le contesté y no tuve noticias de ella, estaba bastante preocupado. Se me hacía raro encontrarla triste.
Hace 3 años, cuando ella era una estudiante de Erasmus en Zaragoza, no hubiera titubeado ni un instante si me hubiera dicho "vámonos". La hubiera seguido a cualquier sitio, hubiera hecho cualquier cosa por estar a su lado. Salí de esa furgoneta que quedó patas arriba en la carretera de Teruel teniendo claro que le debía (me debía) unas palabras. Y se las dije. Sin rodeos, mirándola a los ojos y sin titubear, el corazón mandaba.
Ahora la veo y lamentablemente ya no es igual. Desde el día que dijo "no puedo aceptarlo porque no lo puedo devolver" tuve que protegerme para no acabar jodido del todo. Aún así, no puedo decir que esté inmunizado: no es capaz de traspasar tan fácilmente mi coraza como antes pero me zarandea sin esfuerzo.
Me gustaría que al oirla reir, al ver el color de sus ojos, ese que ninguna fotografía consigue recoger, todavía se me llevaran los demonios y no supiera donde esconderme para disimular mi mirada grabando cada uno de sus movimientos. Lo cierto es que sigo deseándola, me sigue encantando su forma de estar haciendo como que no está. Ójala mañana pudiera compartir una botella de vino con ella mientras la escucho respirar.
Habla muy bien español. Supongo que algún día tendría que explicarle que de la frase "te quiero como amigo", en su caso me sobra la segunda mitad.
